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jueves, 20 de marzo de 2014

Miércoles de resurrección

"Dios aprieta, pero no ahoga", pensaba David Moyes mientras caminaba hacia el túnel de vestuarios. Su equipo, tras deambular toda la temporada sumido en una especie de coma hasta ahora irreversible, volvió a abrir los ojos. Es posible que haya sido solo un espasmo. Una respuesta a un estímulo externo que se quede en una anécdota. En cualquier caso, tras recibir el pasado domingo el último disparo en el pecho, el paciente parece haber despertado. Lo extraño es que la mejoría no responde a ninguna medicina. Tras toda la campaña en declive, sin razón aparente el comatoso ha decidido luchar. Cuando su médico, que no acaba de mostrarse optimista, parecía darlo todo por perdido, el enfermo se recupera. La magia de la vida. Y la del fútbol.

Este deporte está rodeado de una mística que muchas veces supera cualquier tipo de lógica. El "Teatro de los Sueños" se ha convertido este año en una tumba que ha visto a su equipo perder las dos competiciones coperas. Ha asistido a humillaciones públicas, algunas ante rivales de medio pelo, y tras el esperpento visto ante el Liverpool, todo parecía listo para ver cómo desconectaban a su querido United del respirador que le mantenía vivo. Y entonces, despertó. Se dieron una serie de condiciones, entre las que hay que destacar  la fortuna, pero el muerto ha vuelto a la vida. Sin hacer nada del otro mundo, los hombres de David Moyes se han metido en los cuartos de final de la Liga de Campeones. Todo apunta a que ese es su límite. El tiempo dirá.

Hay quien le atribuye el mérito a Van Persie, quien considera que el hombre más importante de los de Manchester fue Wayne Rooney y quien diga que sin la actuación de De Gea nada de esto habría sido posible. A ninguno le falta razón. Pero al final, la clave estuvo en la fe. La creencia en que el sueño imposible no lo era tanto. Apelando a la épica, aquello en lo que basan sus argumentos los grandes equipos cuando no están en disposición de hablar de fútbol. Para ello, Moyes metió a Giggs en el once con la esperanza de que el altísimo le concediese un respiro. Implorando al cielo para prolongar la carrera europea del galés un par de semanas más. Le salió la jugada al escocés.

El United no hizo nada para meter tres goles, pero el Olympiakos sí lo hizo para encajarlos. Un error de Holebas y otro de Roberto, ya sea en la colocación de la barrera o en perder de vista el balón, fueron el principio y el final de la remontada. Los de Old Trafford fueron superiores en las áreas. Una cualidad en la que Ferguson cimentó la conquista de su última Premier League. Y en la que quizás debería incidir Moyes de cara a los que queda de temporada. Unas hipotéticas semifinales le darían un crédito sobre el que cimentar su próximo proyecto. Se huele una renovación profunda en Manchester este verano. La duda reside en si es el ex del Everton quien debe afrontarla.

miércoles, 29 de enero de 2014

La sonrisa de un guaje

Lo bueno de tocar fondo es que solo se puede ir hacia arriba. Es lo único positivo de la eliminación del United de la Copa de la Liga el pasado miércoles. Los de David Moyes se imponían por un gol a cero contra el Sunderland en los 90 minutos, tras perder 2-1 en la ida. En la prórroga, anotaban los de Gustavo Poyet antes de que Chicharito enviase in extremis el choque a la tanda de penalties. Desde los once metros los red devils se empeñaron en demostrar que esta no será su temporada, errando cuatro de sus cinco lanzamientos. Y el Sunderland se clasificó para la final de la Copa de la Liga que le enfrentará contra el Manchester City. El United, fuera de la FA Cup, a 14 puntos (uno menos ahora) del líder y vivo en Champions aunque sabedor de que está muy lejos de ser considerado como una escuadra con muchas opciones de alzarse con la orejona, desperdiciaba su penúltima bala. Su penúltima opción de conquistar algún título este curso. No es la última porque aunque el tiro que le queda está dentro de un arma ahora mismo encasquillada, siempre puede llegar a acertar en el blanco. Aunque sea por casualidad. Así ganó el Chelsea una Champions.

David Moyes tiene una plantilla con muchas carencias. Se podía prever que su primera temporada no sería de tránsito agradable para los aficionados. Más, cuando cerrado el mercado de fichajes daba la sensación de no haber resuelto sus grandes problemas. Fellaini no respondía al perfil de centrocampista que necesitaba el conjunto mancuniano. Al menos habían retenido a Wayne Rooney, debió pensar alguno. No les faltaba razón. Por eso ayer debió ser un día para el optimismo. Uno de esos que pueden marcar un punto de inflexión para los pupilos del técnico escocés. Por tres razones, que forman una: las altas de su equipo. Juan Mata, Wayne Rooney y Robin Van Persie han llegado de la mano. Un fichaje, dos recuperados de sus lesiones. Al principio de la temporada se señalaba tanto al holandés como al ex del Everton como los futbolistas más determinantes del club. Las continuas lesiones han lastrado no tanto su rendimiento como su influencia debido a los escasos partidos que han podido disputar juntos. Ahora, es su momento.

Ha habido alguna crítica con la llegada de Mata. Es evidente que no responde al perfil de centrocampista que parece necesitar el United. Eso es innegable. Tanto como que esto no menguará la ilusión que produce la llegada del nuevo 8 del equipo. La necesidad de traer al burgalés criado en Oviedo es comparable a la necesidad que nos generan las navidades. Compramos cosas que no necesitamos pero que sí nos tienen una utilidad de cara al futuro. En Old Trafford no necesitaban a Mata, no era un fichaje absolutamente indispensable. Eso no quiere decir que no le vaya a dar un salto de calidad al cuadro de David Moyes. Hay quien ya fantasea con ese 4-2-3-1 con Mata-Rooney-Januzaj por detrás de RvP. La victoria ante el Cardiff City fue gris. Con Juanín y el holandés como titulares. No brilló el flamante fichaje mancuniano. Tampoco importó. La ilusión que desprende su llegada es mucho más trascendental. La sensación de que es factible arreglar la campaña sobrevuela el Teatro de los sueños. Y ese sentimiento, esa emoción, esa ilusión es algo que no se paga con dinero. La fe no se compra.