martes, 22 de octubre de 2013

Palacio y Rossi

Dijo una vez Jorge Valdano que "el fútbol es un estado de ánimo". Probablemente no fue el argentino el primero en pensar o pronunciar esas palabras. Pero dentro del imaginario colectivo, así ha quedado plasmado. Y se tardaría años en modificar la autoría de esa sentencia. Entonces vamos a hacer como que realmente el ex jugador y ex entrenador del Real Madrid entre otros fue la primera persona en decir esa frase. Ese estado de ánimo se puede cambiar de muchas maneras. A lo largo de un partido, muchas son las razones que pueden condicionar un encuentro. A veces una expulsión hace que un equipo con un hombre menos juegue mejor. Generalmente no es así, pero ha sucedido en más de una ocasión. A veces es un cambio de sistema. A veces el apoyo de una grada que hasta entonces no había estado muy activa. Pero generalmente es el gol. Un gol lo cambia todo.

Muchas veces me ha sorprendido como transforma un partido un tanto. En ocasiones es algo lógico. Pero a veces se ven cosas que llaman la atención. Esa escuadra que mete el 1-0, que está dominando, jugando en campo contrario sin pasar apuros defensivos. Y ves que se echa atrás. Y cede el esférico, le concede a su rival una oportunidad. Estaba siendo superior, y decide dejar de lado el plan que estaba ejecutando a la perfección. Es algo que nunca he comprendido. Muchas veces he visto a ese equipo grande que jugando en casa contra un rival teóricamente inferior recibe un tanto y empieza a dominar. Como si hubiesen azuzado a la bestia, decide comenzar el choque. A veces 10, 15 minutos después de que el colegiado decretase el inicio del mismo. Solo motivado por el miedo a perder. Es algo que me ha llamado siempre la atención. Es lógico, es comprensible cierta relajación. Pero no deja de llamarme la atención lo fácil que a veces es acomodarse y lo fácil que es despertar.

Este fin de semana el mundo ha asistido a una de las jornadas más épicas de (no sabía si atreverme pero me voy a tirar a la piscina) la historia reciente de la Serie A. Es curioso poder decir algo así en la jornada 8 de un campeonato liguero. Pero creo que puedo. Quizás alguno me recuerde aquella última jornada fatídica para el Inter en mayo del 2.001. Pero no me refiero a los títulos o los descensos, que claro que pueden (y suelen) ser épicos. Me refiero a que hasta seis partidos se han resuelto en los últimos quince minutos. Alguno como el Livorno - Sampdoria de un modo espectacular. Yo voy a hablar de dos, que son los que más me han sorprendido (y he visto claro, no he podido ver toda la jornada). Ese Fiore - Juve y ese Toro - Inter. Y más concretamente de sus dos protagonistas: Giuseppe Rossi y Rodrigo Palacio.

La actuación de ambos hasta marcar había sido más que discreta. Si bien es cierto que tienen excusa, pues los dos habían estado muy desasistidos y solos contra la defensa rival. Pero al final del encuentro Rossi se había elevado a la categoría de héroe y a Palacio le sobró una mala salida de Carrizo para serlo. Es curioso, puesto que si nos ponemos muy críticos, quizás excesivamente, y analizamos los goles nos podemos quedar con otra visión de estos partidos. De Florencia diríamos que el primer tanto de Rossi es de un penalti que ni siquiera fuerza él. Que el segundo se lo come Buffon. Y que su tercero (el cuarto del equipo) tan solo es un mano a mano bien definido contra un rival volcado. Es decir, quizás podríamos buscar otra figura a la que destacar. Pero no. Porque es Rossi el que hace el 1-2 y el 2-2 y a partir de ahí, la Juventus se sintió atropellada. Y fue gracias a dos tantos de un jugador que, insisto, hasta que marcó había tenido una actuación más que discreta. Además, en el 3-2 es casi tan importante la definición de Joaquín como el movimiento de Giuseppe Rossi que arrastra a Chiellini.

Una hora sin destacar y en 30 minutos se carga al campeón de Italia. Por supuesto que hay más factores. Que el fútbol es mucho más complejo de lo que estoy escribiendo. Pero nos encanta elevar a los futbolistas a la categoría de héroes. Y en este caso con algo de razón. Porque al final es solo uno el que decide. También en el caso de Rodrigo Palacio. El argentino tampoco había hecho gran cosa hasta el momento. El Inter estaba jugando con 10 desde el minuto cinco, y le habían quitado a Kovacic. Solo contra el peligro. Prácticamente, pues Guarín aparecía de vez en cuando. Pero no era como tener al serbio. Ni parecido. Y eso que el centrocampista colombiano hacía el empate antes del descanso. En el segundo tiempo, siendo críticos diremos que aprovechó un error del arquero para meter el 2-2 y que en el 2-3 solo la empuja. Sin embargo este último tanto me parece sensacional.

Cuando Belfodil llega al vértice del área, Rodrigo Palacio se ofrece en corto. Se acerca para apoyar a su compañero. Entonces el argentino tira un desmarque hacia el segundo palo aparentemente sin sentido, pero que le acaba dejando en una posición óptima para rematar el centro raso del argelino. Me parece de genio y un poco de loco visualizar esa acción. Y como parecía que no le llegaba el protagonismo a Palacio, a falta de diez minutos para el final y con Wallace, que le iba a sustituír segundos después, listo para salir metía la pierna para evitar la igualada de Cerci. No le bastaba con anotar dos tantos, sino que además ejercía de defensor para impedir el empate del único jugador que le podía arrebatar el título honorífico de mejor jugador del partido. Estaba decidido a irse por la puerta grande. Es complicado ser más competitivo. Finalmente, ese error de Carrizo le privó al Inter de lo que habría sido un triunfo épico en el Olímpico de Turín jugando con uno menos durante 85 minutos. Y de paso le restó algo de poder mediático a lo que hizo Palacio.

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